Opinión

¿Y si el futuro fuese ya?

Podrá parecer paradójico, que alguien que a quien le falta dos años para cumplir los 50 años de profesión hable de futuro, por eso, para abordar ese reto no encuentro mejor argumento que mostrar cómo la historia y sus circunstancias, moldearon mi vida profesional.

Esta línea de tiempo, transcurre desde antes que yo ingresara a la facultad hasta el 22 de abril de 2021 (día de la tierra). Dentro de las flechas pueden leerse los eventos internacionales que se fueron sucediendo y que forjaron los espacios donde tenía lugar la actividad agropecuaria, la profesión y obviamente mi vida profesional. No voy a describir estos eventos, simplemente resaltar que cada uno de ellos implicó restricciones, aperturas, oportunidades para la actividad agropecuaria y la profesión.

El primer evento está en rojo, porque fue anterior a que ingresara a la facultad pero es demostrativo de que hoy estamos transitando situaciones parecidas, es decir ni siquiera somos originales.

En el 1962 la bióloga Rachel Carson escribió el libro “Primavera Silenciosa” donde describe un escenario de un futuro silencioso sin cantos de pájaros y otras terribles consecuencias si se continuaba con el proceso degradativo producido por la contaminación ambiental. 

En aquella época, estaba a pleno el uso del DDT, el cual hizo estragos sobre la población del ave emblemática de los Estados Unidos, el águila calva. El libro fue una revolución en sí mismo. Pronto se unieron otras voces y comenzaron a formarse asociaciones defendiendo los derechos por un ambiente sano y limpio. 

Nacía así el movimiento ambientalista moderno con un éxito tal, que el Congreso de los Estados Unidos crea en 1970 la primera agencia gubernamental dedicada exclusivamente al cuidado del medio ambiente, la EPA (Environmental Protection Agency). 

Ese primer evento fue seguido de muchos otros, acuerdos, disposiciones, imposiciones sobre el manejo de los recursos primero (suelo, agua, flora, fauna) siguiendo luego con los ecosistemas, las conductas económicas, sociales.

Como resultado de un proceso de evolución adaptativa y sin percibirlo, comencé a aprender y a desaprender para volver a aprender, tal vez la expresión más aproximada para lo que quiero representar sería, deconstruir. Producto de ello, empecé a interpretar la realidad desde otro lugar que no eran los manuales de procedimientos, los saberes duros que había adquirido, esos que nos conducen a reproducir modelos, a convertirnos en meros ejecutantes, reproductores de operaciones, acciones que otros elaboraron. 

Al fin y al cabo, la palabra ingeniero tiene su origen y está vinculada con el vocablo ingenio que entre otras cosas refiere a una disposición innata y natural del espíritu para inventar, crear, diseñar.

Considero que en la Argentina tuvieron lugar dos grandes revoluciones agrícolas, la primera se produce con la gran inmigración, aquella que hizo que se catalogara a la Argentina como el granero del mundo y a nuestra zona, como Pampa gringa, (para tomar dimensión de eso hay que considerar que, en la primera década del siglo XX, el 60% de la población de la zona Rosario eran inmigrantes, sólo el 40% eran nativos). 

La segunda se inicia con la creación del INTA -fertilización, primeros híbridos, manejo de suelos para evitar erosión, voladura de suelos, etc.- Aparece la labranza mínima, luego la siembra directa. Alcanza su clímax a fines de los 80 principios de los 90 con la aparición de los OGM y los agroquímicos vinculados que provocan la expansión de la frontera agropecuaria, aumento de los rendimientos que nos permite superar los 130 millones de toneladas, y varios etcéteras.

Durante estas dos revoluciones, el alambrado actuaba como una frontera – barrera. Y lo que sucediera por dentro de ellos, era exclusiva voluntad y decisión del productor. Hoy los alambrados se volvieron porosos y como resultado de esa porosidad, lo que tiene lugar dentro del campo, impacta y es percibido fuera del establecimiento. 

Agroquímicos, movimiento de aguas fuera del campo, organización o desorganización del paisaje, destrucción de caminos, nuevos actores (empresas de servicios, nuevas formas de trabajo, etc.), aparición de malezas resistentes.

“El problema ecológico no es tan nuevo como frecuentemente se lo hace aparecer. Aun así, hay dos diferencias decisivas:  – la tierra está más densamente poblada de lo que estuvo en tiempos primitivos, y  no hay, literalmente hablando, nuevas tierras a donde mudarse”. (Schumacher, E. F., 1973).

Esa interacción, alambrados porosos, sociedad civil que demanda estándares más exigentes de calidad de vida, intensificación de procesos productivos, ecotonos urbano-rural (ahora lo denominan periurbanos, una expresión que como mínimo desde nuestra profesión es poco feliz, porque en todo caso, debería ser peri-rural, si al fin y al cabo, el campo como sujeto productivo estuvo antes y quienes avanzaron con criterios especulativo-inmobiliario, sin ordenamiento (por acción u omisión) fueron precisamente quienes gestionaban esas área urbanas (de lo que resulta que las palabras no suelen ser inocentes, y por eso, no sólo hay que interpretar lo que dicen, sino lo que esconden), mercados que, impulsados por sus sociedades civiles, les exigen que los productos que importan provengan de países que cuenten con políticas ambientales serias. 

A todo esto, debemos examinar la incorporación de la Inteligencia artificial, Agricultura 4.0, donde las grandes tecnológicas articuladas con desarrolladores de software se mueven hacia la alimentación, la bioenergía, Syngenta-CroBio, BASF- Xarvio, Bayer- Climate Fieldview, Microsoft- Azure FarmBeats, FarmHack, Corteva-Granular, FMC Corp- Arc Farm Intelligence- y se podría seguir un rato largo.

“A nivel global existe un acuerdo emergente de que los desafíos para lograr un futuro más sostenible requieren de nuevas formas de producción de conocimiento y toma de decisiones, que incluyen la participación de múltiples actores sociales en el proceso de investigación, conciliando valores, preferencias y generando la apropiación tanto de los problemas como de posibles soluciones”. (Calamari, N. 2021)

Por eso se me ocurre, que tal vez, estemos comenzando a transitar la tercera revolución, esa donde aparece la articulación entre el sector productivo y el resto de la sociedad y viceversa. Y donde los ingenieros agrónomos, como actores estratégicos de esta instancia, deberán ejercitarse en desaprender y volver a aprender.

Si no, veamos cuál es la curiosa actitud humana en su rol de consumidores, hacemos un culto de la compra al menor precio posible, denunciamos los daños ambientales generados por los demás, pretendemos servicios ambientales impolutos y no deseamos focos contaminantes cerca de nuestros hogares. 

Al tiempo que, en nuestro ámbito de trabajo profesional, los productores cada vez participan menos en el precio final de los productos, tienen menos contacto con los consumidores, convirtiéndose en proveedores de insumos para la agroindustria. 

¿Por qué señalo esto? Porque somos parte de la sociedad del riesgo, un nuevo paradigma, una nueva dimensión en la comprensión de la sociedad, donde el desafío dejó de ser el reparto de los beneficios de la producción y la cuestión central pasó a ser, la “transformación del riesgo” y la “distribución de los daños” provocados por ese proceso.

Riesgo es la contingencia de un daño. Contingente es aquello que puede ser y puede no ser. Contingencia se opone a imposibilidad y necesidad, porque contingente es aquello que no es ni imposible, ni necesario. 

En definitiva, estamos ante un riesgo cuando no estamos seguros acerca de los posibles resultados de una decisión – intervención – suceso, pero podemos inferir sobre sus consecuencias.

Y si bien, los antónimos de riesgo son seguridad y certeza, ese binomio riesgo/seguridad no sirve para explicar el riesgo en nuestra profesión.  Para explicarlo, debemos utilizar el binomio riesgo/peligro y cito a continuación, dos ejemplos que tienen que ver con este binomio.

En febrero de 2021 la Universidad de Oxford (UK) presentó un informe (Dasgupta, por su autor) sobre la economía de la biodiversidad haciendo un diagnóstico demoledor del “precio de la prosperidad” sobre los ecosistemas que proporcionan alimento, agua y aire limpio. El informe estima que los subsidios a prácticas destructivas de la naturaleza (en el mundo) equivalen a 5 billones de euros anuales por pérdida de los Servicios Ecosistémicos, incremento de los riesgos ambientales pérdida de resiliencia, pérdida de productividad biológica, biodiversidad, depósitos de nutrientes, capacidad de regulación hídrica de las cuencas dan como resultado pérdida de productividad económica y exclusión de sistemas productivos.

Y si bien no figura específicamente en ese informe, pero sí tiene mucho que ver con nosotros, ¿no será hora de empezar a pensar, por ejemplo, en poner en valor el agua virtual que exportamos a través de nuestros productos? Ya que, como resultado de nuestra eficiencia en el uso del agua, exportamos, subsidiando a países que no tienen el recurso, el equivalente a 50.000 millones de metros cúbicos.

El otro ejemplo son los escenarios previstos en el marco del cambio climático para nuestra región en los próximos 5 años. Escenarios que se traducen en sequías y olas de calor más frecuentes y lluvias e intensas inundaciones para el litoral y la pampa húmeda

Por lo que se me ocurre, el futuro se podría empezar a abordar desde la elección entre algunas preguntas:

  • Por un lado, aquella que surge de un libro que leí cuando era joven, “El Hombre unidimensional”, de Herbert Marcuse, donde decía, que en la práctica se pone el acento en el “cómo”, y se elimina la pregunta “para qué”, cuando ese “para qué” es el aspecto constitutivo de la acción humana.
  • Y otra para entender y abordar el riesgo, el peligro, el futuro podría ser elegir entre dos preguntas: una a la espera de los acontecimientos ¿sucederá?, u otra anticipatoria ¿cómo estamos preparados para reaccionar, si sucede?

Buscando respuestas, encuentro que esta expresión de Yuval Noah Harari, profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén puede ser una pista:

“Para afrontar los desafíos del siglo XXI estamos obligados a caminar por encima del orden que transitamos hasta hoy y crear algo nuevo. Para ello, necesitamos también parte de ese orden, pero tomando ese sistema, nos proponemos cambiarlo para afrontar los desafíos, especialmente los desafíos de las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y la biotecnología”.

 

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